ANWAR ADOPTADA

Las salas son frías, continuamente se escucha el llanto de otros perros, al final no sabes si lo escuchas dormida o despierta… y la temida puerta se abre. Salen por ella perros hermosos, de los que se dice que han tenido suerte. Los viejos o enfermos en cambio, salen con ojos incrédulos de que les haya tocado a ellos, los espectadores desvían la mirada fingiendo que aquello no está ocurriendo. El anciano desaparece por la “puerta de la suerte” y nadie nunca más lo vuelve a mentar. Algo así es la perrera, lo sé porque vengo de allí. Día tras día la esperanza se vuelve más esquiva y las horas resultan más largas. Es cuestión de tiempo que enfermes, que algo falle en ti. Vives con esa espada de Damocles sobre la nuca, cada instante. Y al final, llega la enfermedad. En mi caso afectó a uno de mis ojos. Por supuesto, en la perrera no te curan solo se alarga tu agonía hasta que el final se vuelve inevitable. Y aun así da miedo morir. Parece que hay un montón de cosas que todavía no has hecho ni has visto… quizá mi ojo solo sienta algo de pena y con unas gotas mejore y puedan dejarme respirar un poco más… Pero las gotas no llegan. ¿Para qué engañarnos? Cuando la puerta se abre, mis ojos se cierran, deseando no estar allí y no sentir miedo nunca más. Un buen día, dos amigas y yo fuimos conducidas a través de la puerta, clavando las uñas fuerte en el suelo y ladrando entre súplicas. Cuál fue nuestra sorpresa al ver que llegábamos a SOS. Un lugar donde se veía el sol, con cheniles amplios donde correr y jugar con otros perros. Un lugar donde solo esperar cosas buenas. Mi ojo no tuvo cura posible y hubo que extirparlo. Mis dos amigas fueron adoptadas. Y yo, ahora vivo con un grandullón cascarrabias que se llama Chester. Nos llevamos estupendamente porque yo, aunque soy grande (no tanto como él), soy muy sumisa con otros perros, dependiente y cariñosa con los humanos. Chester dice que en ocasiones parece que tengo un semblante melancólico pero no es eso, solo que he visto cara a cara al fantasma de la muerte. A mis seis años he temido a la muerte hasta conformarme con el dolor de la enfermedad y el ostracismo con tal de seguir un poco más. Supongo que poco a poco se me pasará. Cuando tenga otra vida. Cuando encuentre una familia. Porque cada vez más crece un nuevo miedo dentro de mi: el miedo a no vivir. Casi me parece irreal esta oportunidad que se presenta ante mi ojo bueno. Escruta el horizonte en busca de esa persona que sepa ver las almas y no las apariencias. Cuando encuentre a mi adoptante lo reconoceré en seguida. Será aquel que se percate de que le guiño el ojo con cariño mientras los demás solo ven una perra tuerta. Nuestro idioma será solo nuestro. Cuando dos almas conversan en su idioma los oídos de los demás se vuelven sordos, aunque ni lo sepan. Anhelo la vida con la intensidad del que estuvo a punto de perderla y amaré a mi familia como solo lo hace quien no ha tenido nunca una. Me llamo Anwar y solo quiero hacerte una pregunta: ¿qué ves en mi rostro? ¿Me falta un ojito o me sobra salero para guiñártelo?

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/ En nuestro corazón

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